# 10 Los libros
Sobre historias, encuentros y UN ANUNCIO que te va a interesar
Vincent Van Gogh - Naturaleza muerta con novelas francesas y vaso con rosa
¡Hola, persona que me lee! Espero que estés muy bien. No nos encontramos por acá desde agosto y probablemente esté aquí quien reciba esto en sus casillas por primera vez: asumo que, de ser así, ya ha curioseado de qué se trata esto, ha elegido suscribirse y no hace falta presentarme. Si no es así, están todas las entregas anteriores a disposición para enterarse aquí. La edición de hoy es muy especial porque incluye un anuncio de algo que estará sucediendo en los próximos días así que espero que llegues hasta los últimos párrafos.
Empiezo confesando una cosa: este inicio es un poco improvisado. Esta carta sobre los libros está pensada hace meses y por distintos motivos la vengo postergando. En ese tiempo escribí una parte de esta introducción en un cuaderno que, por el momento, está extraviado. Me angustié un poco porque estaba entusiasmada con lo que había escrito, pero eso no impidió que me decidiera a empezar de nuevo. Es como un “elige tu propia aventura” pero al revés, cambiando el inicio.
Bien, en esas páginas escribía algo acerca de que me resultaba un poco raro escribir a mano algo que, sabía, sería distribuido en forma digital, y me enorgullecía del origen analógico de mis palabras. Ahora estoy redactando directamente en la computadora, pero tengo todas mis notas a mano, no puedo hacerlo de otra manera: me gusta pensar que de esa forma las palabras también se pueden tocar. Recuerdo que estaba sola en un bar de Buenos Aires, acompañada por un libro que acababa de comprar: no es una escena particularmente original y ni siquiera la lluvia sorpresiva de esa tarde podría otorgarle un matiz nostálgico. Lo verdaderamente anecdótico es que esa tarde, otra vez, había roto mi auto-promesa de no comprarme más libros en el año. Otra vez, sí. Porque me propuse eso en el año, no lo cumplí, y cada vez que me traicionaba (ahí debería usar comillas), me prometía que ese sí, ese sí sería el último. Estaba esperando que llegara la hora para ir a escuchar una charla de Mauricio Kartun sobre la inspiración y el efecto de la charla parecía haber llegado antes de ella, porque me costó interrumpir la escritura para abandonar el bar. Las charlas del dramaturgo siempre prometen: pero esta promesa, a diferencia de la mía sobre los libros, se cumple.
Me resultaba y me resulta muy desafiante escribir sobre los libros. Por eso, supongo, tardé tanto en escribir esta entrega. Desde que empecé a escribir este newsletter estoy anotando las cosas que se me vienen a la cabeza sobre este tema y todos los meses es desplazado por otro con el que me siento más segura. En los últimos meses, sin embargo, tuve muchas situaciones en las que percibí esas señales -a modo de serendipia- de que se acercaba el momento de escribir sobre esto. Me pregunto también qué esperará de esta entrega quien me lee, pero solo a modo de curiosidad: asumo que es un universo tan, tan infinito, que me voy a limitar a lo único y lo mejor que puedo compartir ahora: mi experiencia.
Además de las habituales recomendaciones de este espacio, espero que mis historias se pongan en red con aquellas de quienes me leen: no pretendo otra cosa más que compartir esto a modo de abrazo y de recuperar el refugio, que siempre, y cada vez más, se vuelve necesario.
Hace algunos años, una amiga empezaba a estudiar cine y me comentó algo que había dicho un profesor en los primeros días de clase: después de hacer esta carrera nunca más van a poder ver una película como lo hicieron hasta ahora. En ese momento yo empezaba la carrera de Letras y supe que también me pasaría lo mismo con los libros. Es imposible volver a leer como lo hacía antes, pero también es hermoso saber que es un universo tan infinito que siempre existe la posibilidad de volver a sorprenderse y de volver a entusiasmarse.
Cuando tenía 11 años, nos fuimos de viaje con mi madre por un mes. Estimo que tenía miedo de aburrirme porque elegí 11 libros para llevar y se ve que ella temió que yo me aburriera porque me permitió meter todos en la valija. Un libro por cada año de vida, como si me protegieran, como si fueran realmente la custodia de mi existencia. Un refugio. Años más tarde la tecnología me permitió llevarme muchos más en un libro electrónico, pero eso no es tan interesante de contar. Todo eso, y tantas otras cosas, confluyeron en esta persona que terminó estudiando Letras y que vuelve a tener 11 años cada vez que se encuentra ante un libro nuevo, aunque haya prometido cosas irrealizables.
En una materia de la carrera me pidieron que escribiera sobre la biblioteca de mi casa y en ese momento tomé conciencia de que no había una: no es que no tenía, es que toda la casa era una gran biblioteca: no había – no hay- mueble donde no haya un libro, y todo lo que primero fue un espacio provisorio para tal fin, terminó construyendo una biblioteca expansiva que fue invadiendo poco a poco todas las habitaciones. Cuando le comenté a mi madre que estaba escribiendo sobre esto, me recordó los días en que salíamos de la escuela, íbamos a comprar un libro y nos acostábamos a leerlo. De la colección de esa época recuerdo un cuento en el que, de un día para el otro, un árbol invadía el interior de la casa y se adueñaba de ella. Algo así sucede con esa biblioteca de la que hablaba: en la biblioteca, en realidad, hay una casa.
En enero de este año 2023 me fui de vacaciones con una amiga con la que comparto, entre tantas cosas, la pasión por los libros. Cada una de nosotras había llevado sus lecturas elegidas para la playa, pero la primera visita a nuestra librería preferida de la ciudad las desplazó inmediatamente (habiendo incumplido debidamente la promesa, que apenas estrenada ya empezaba a fallar). Yo venía de un año muy largo que culminó con el último final de mi carrera, para el que había preparado un tema sobre la Divina Comedia. No sé si fue la intensidad de ese tiempo, la dedicación exclusiva a la preparación del examen o la distensión luego tantos años de carrera, pero, a pesar de tener tantos libros a disposición, no lograba concentrarme en ninguno. Entre mis nuevas adquisiciones había uno pequeñito -y tal adjetivo sirve solo para el objeto y no para el contenido-: “El peligro de la historia única” de Chimamanda Ngozi Adichie. Ese título tan sugestivo me llamó la atención inmediatamente y el nombre de la autora venía insistiendo mucho desde hacía rato, por lo que decidí leerlo, exitosamente.
El texto de la escritora nigeriana es, en realidad, una charla TED en la que advierte sobre los peligros de los relatos únicos. Al principio de su exposición, cuenta cómo de niña leía sólo libros británicos y estadounidenses en donde encontraba escenas que luego repetía en sus propias narraciones pero que se alejaban completamente de su realidad. Sugiere que estaba convencida de que los libros debían estar protagonizados por extranjeros y tratar de cosas ajenas a ella, hasta que descubrió escritores africanos que la salvaron de “conocer solo un relato de lo que son los libros”. Este punto de partida que es la anécdota deriva en un discurso interesantísimo sobre el poder que significan los relatos y lo que implica el relato único: la contracara de la maravillosa posibilidad de conocer otros universos a través de los libros es el poder que también tienen de construir realidades y relegar otras. La palabra y su poder, qué novedad. Para quien quiera escuchar la charla, dejo el link acá.
Corro la vista de la pantalla para descansar la vista antes de mencionar el próximo libro y descubro que sobre el escritorio tengo, entre mis lecturas actuales, “El libro de los amores ridículos” de Milan Kundera y recuerdo que empecé a leer a este autor gracias a que, un día, en una sala de espera, vi a una persona leyendo “La insoportable levedad del ser” y me conmovió tanto el título y la imagen de la tapa que lo terminé comprando y leyendo y recomendando, y aunque ahora mismo no recuerde mucho de ese libro (mi memoria es un poco antipática) recuerdo que me había gustado mucho, así que lo tomaré como una recomendación de mi yo del pasado hacia quien quiera tomarla (y hacia mí misma, también, por qué no).
Pero estaba por hablar de otra cosa: entre los últimos libros que leí hay uno que, además del valor que tiene para mí como regalo, me conmovió profundamente y es “Stoner”, de John Williams. A pesar de ser una persona muy sensible y de llanto fácil, no suelo llorar con los libros, pero este me emocionó varias veces. Se trata de la historia de Stoner, un joven perteneciente a una familia pobre de agricultores de fines del siglo XIX que empieza a estudiar agronomía en la universidad estatal hasta que descubre la literatura inglesa y ella y su amor por la enseñanza lo transforman en un profesor universitario cuyo derrotero conocemos en esta novela increíble. No voy a incluir citas porque mis preferidas incluyen algo de spoiler, pero puedo contarla entre las mejores lecturas de este año así que espero que esta motivación te lleve a incluirla, al menos, en tu lista del próximo año.
Pensé mucho en esta sección. Lo más obvio para mí era escribir la receta de los libritos, los bizcochos cuadrados que en Buenos Aires llevan el nombre de nuestro objeto preciado. Sin embargo, como nunca los hice, no me parecía muy interesante copiar y pegar algo que puede encontrarse fácilmente en internet (y que, sospecho, no es tan fácil de hacer). Se me ocurrió, entonces, hacer mención a un grupo de libros muy importante: los libros de cocina. Esas dos palabras juntas me provocan un entusiasmo inexplicable, son dos de las cosas que más me gustan en el mundo. Por supuesto que en esa biblioteca-casa de la que hablé hay muchos, pero voy a mostrarles un clásico que fue, si no me equivoco, el primer libro de cocina propio que tuve, regalo de mi madre:
La invitación es, entonces, a buscar algún libro de cocina en tu casa, y hacer una receta que nunca hiciste, así quedamos bien con los dos, con los libros y con la cocina. Y, si no tenés ninguno, que vayas a algún lado donde haya uno o pidas prestado, lo chusmees un poco y elijas algo que pueda servirte de inspiración para alguna próxima preparación.
En alguna de las entregas anteriores compartí este sitio web en el que encuentran, en este caso, un espacio lleno de imágenes relacionadas a nuestro tema: entre esas imágenes, dejo acá mis preferidas y espero también conocer las tuyas.
Giacomo Balla - Los estados de ánimo de los libros
Jonathan Wolstenholme
Giuseppe Arcimboldo - El bibliotecario
Siendo esta la sección más difícil, me dedicaré a compartir dos bibliotecas que elegí arbitrariamente entre un montón:
En Buenos Aires se encuentra la Biblioteca Nacional de Maestras y Maestros en el barrio de Recoleta: fue creada en 1870 durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento y gran parte de su historia se relaciona con los procesos más importantes del país, sobre todo considerando su rol en la historia de la educación y de la cultura. En su sitio web se puede leer su interesantísima trayectoria, dejo el link acá. Tiene una sala de lectura muy hermosa, dejo una foto para que veas:
A un poco más de once mil kilómetros de la primera se encuentra la segunda: la biblioteca municipal Sandro Penna, en Perugia, Italia. Inaugurada en 2004 en homenaje al poeta del que toma el nombre, lo que la hace particularmente llamativa es su arquitectura, diseñada por Italo Rota, ya que tiene forma de plato volador y es de color rosa. Dejo una foto para que la conozcan:
Tengo muchas, muchísimas cosas más para compartir sobre este tema, pero me voy a detener acá y esto significa solo una pausa. Mucho antes de lo que esperabas, voy a estar escribiéndote de nuevo. Para cumplir (salvo la de no comprar libros, las promesas se cumplen), hago público, finalmente, el anuncio: considerando que ya falta poco para Navidad y, como dije más arriba, los libros pueden ser un refugio, voy a estar haciendo un calendario de adviento literario. ¿De qué se trata esto? Desde el primer día de diciembre hasta el 24 voy a mandar por este medio una cita breve de algún libro, tal vez algunos poemas. No puedo revelar más que eso. Si creés que a alguien puede interesarle, podés invitar a quien quieras a suscribirse, reenviar las citas que te gusten, compartirlas en las redes, lo que te parezca. Tal vez, abriendo el mail, como una serendipia, aparezca un libro que podés regalar(te)… chi lo sa?
Para cerrar, quiero agradecer que hayas llegado hasta acá, mandarte el abrazo correspondiente e invitarte a compartir esta carta para que el abrazo sea cada vez más grande. Como ya dije en otras entregas, lo que escribo tiene la intención de acompañar un momento de calma y de lectura lenta y agradable y de contribuir a abrir los sentidos para poder percibir otras cosas que están a nuestro alrededor. En tiempos en que estar con los otros es cada vez más necesario y más urgente, apelo a hacer de este espacio un encuentro: más allá de que la virtualidad a veces nos separa, hoy nos permite intercambiar algunas palabras y espero que algo de todo esto te haga volver a tu mundo de otra manera: aunque no se pueda volver a leer como antes, lo bueno es no perder la capacidad de sorpresa ante las cosas bellas. Ahora sí: de la misma forma que lo hace Chimamanda en su libro, cierro esta entrega con esta cita:
La escritora estadounidense Alice Walker escribió sobre unos parientes sureños que se habían mudado al norte. Les enseñó un libro sobre la vida sureña que habían dejado atrás y pasó lo siguiente: “se sentaron alrededor a leer el libro, a escucharme leer el libro, y se recuperó una especie de paraíso”
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Doña Petrona! Era chiquitísima y la fuimos a ver a Harrod's para una demostración de no se qué, pero recuerdo el entusiasmo de mi madre, mi vestidito pituco para ir a tomar el té, y la vuelta a casa en plena lluvia y los zapatitos de charol estropeados. Un día tan especial! Mi madre me dejó un libro de cocina que perdí (tristemente), publicado en B.Aires en los '50: libro de cocina de la Asociación Argentino-Americana. De éste todavía tengo la receta de bizcochuelo que sigo usando. Te invito a que sigas mi boletín que acabo de empezar: Cocinita (en Europa)... saboreando y cocinando en Paris (y un poco tambien en Amsterdam). Saludos, Dany